LA CONDENA DE LA LIBERTAD

¿Te has puesto a pensar por qué ya no nos comprometemos a una empresa o una marca de por vida?  Buscamos, comparamos y compramos. La lealtad ha muerto.

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La condena de la libertad

Los tres ejes; las organizaciones, la tecnología y los valores han creado un mundo basado en el conocimiento. En este entorno la competencia es total y personal. Todos competimos con todos. El conocimiento es universal. 

La libertad vuelve a estar en nuestras manos. Las organizaciones solían trabajar para crear certidumbres. Ahora, las certidumbres desaparecieron. La fidelidad ha muerto.

Ya no nos comprometemos a una empresa o marca de por vida, no importa lo que sea o lo que haga. Buscamos, comparamos y compramos. La lealtad ha muerto, sea a un partido político, a una marca o a una empresa. Tenemos una relación más promiscua con las organizaciones. Una promiscuidad basada en la posibilidad de elección. 

No vemos a familias decir: “Aquí bebemos Coca Cola o ninguna otra bebida”. No existen personas que vistan exclusivamente Calvin Klein o Chanel, por ejemplo. Visten la ropa que más les guste sin importarles la marca. La tecnología dio paso a la información, y esta, al poder de elección.

Hace algunos años la tecnología engendraba solo automatización. Hoy, crea sistemas complejos. Antes los valores dependían de estructuras y convicciones muy claras. Hoy, los valores cambian a medida que los sistemas se liberalizan. 

Desde hace mucho tiempo estamos cambiando las reglas de la banca, las telecomunicaciones, la robótica, etc. Cambiamos las reglas de la tecnología, cambiamos las reglas de la moral.

De hecho, hemos cambiado las reglas de la vida misma. Puedes elegir libremente dónde vivir, qué hacer, dónde trabajar, qué estudiar y qué ser. Podemos elegir ser homosexuales, heterosexuales, sadomasoquistas o travestis. Elegir cuándo comenzar a trabajar o cuándo tener hijos. Tenemos el poder de elegir.

Pero olvidamos que la capacidad de elección trae consigo la responsabilidad. Somos responsables de nuestra salud, de nuestra educación, de nuestra vida. Y cuanto mayor sea la libertad, mayor será la responsabilidad que tengamos. Hemos adquirido una gran responsabilidad en una época llena de incertidumbres. Nuestras elecciones de hoy y del mañana están marcadas por un clima de incertidumbre. 

La incertidumbre crea el caos, lo malo es que los seres humanos no reaccionamos bien ante el caos. El cambio nos produce una inmensa desazón, hasta el punto de reducir drásticamente nuestra libertad. Hoy, la gente busca líderes con fuerza, líderes capaces de reducir la incertidumbre.

Otras personas que sienten incertidumbre optan por unirse a sectas religiosas o partidos políticos con la finalidad de eliminar la complejidad y la incertidumbre de sus vidas. 

Mientras una minoría lidia con la incertidumbre, otros encienden el televisor. La televisión les convence de que las cosas siempre pueden empeorar. Esto explica el lamentable éxito de “programas basura”, estos programas triunfan porque logran que los espectadores se sientan personas normales.

Vemos televisión para averiguar quiénes somos, para tranquilizarnos y asegurarnos de que somos mejores mental, física o económicamente que los personajes que aparecen en pantalla. 

A decir verdad, tratar de evitar la incertidumbre forma parte de la naturaleza humana. Las empresas contratan asesores para reducir sus dudas. Como no entienden bien lo que ocurre, acuden a personas brillantes para que les den soluciones que les permitan lidiar con la incertidumbre. 

En el mundo de los negocios existe gran cantidad de modelos, esquemas, fórmulas y creencias que son como una especie de medicina reductora de incertidumbres para las empresas. La reducción de la incertidumbre forma parte del ritual de la vida empresarial. Cuando un empleado nuevo entra a una empresa, éste recibe un curso de inducción y la organización le dice cómo tiene que comportarse. No lo percibimos porque se disfraza con un lenguaje amable y empresarial. 

Esa complaciente certidumbre empresarial tiene que dejar paso a una mayor complejidad. La respuesta ideal pasa por aceptar la complejidad, no por tratar de eliminarla. La complejidad es aterradora, pero también fascinante. Tenemos que tener el valor de enfrentarnos a ella. Porque, cuando uno se enfrenta a la duda, suele vivir mejor. Por el contrario, enfrentarse a la certeza suele ser irrelevante y deprimente. 

Hace poco nuestras funciones estaban preestablecidas. La iglesia o la empresa nos proporcionaban un guión. Para triunfar en un mundo en el que se improvisa, tenemos que conocernos bien y saber cuáles son nuestros objetivos. No se trata de otra cosa que la gestión por objetivos aplicada a las personas. 

Conclusión

Definirnos es la única forma de conseguir una vida grata. Esto proporciona a los líderes de todos los niveles una nueva tarea, fomentar la duda. Los verdaderos líderes plantean retos a la gente. No controlan a los empleados. Los verdaderos líderes, los dejan libres.

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